La escena en que el príncipe le prueba el zapato a Cenicienta es
una de mis escenas favoritas.
Me siento identificada con este cuento.
Érase una vez en un reino lejano una joven princesa que vivía feliz
en su humilde reino cortando, cosiendo y confeccionando ropa junto a su mamá.
Así empezaría mi adaptación libre.
Como en todos los cuentos la desgracia asecha para la
protagonista.
Un día (el día más cruel de mi historia) mi madre falleció y me
quede sin la única persona que me hacía sentir una princesa.
Pase el más grande dolor y la más triste soledad.
Fui incomprendida y maltratada por gente de quien esperaba
afecto.
A esas personas innombrables las considero como a la madrastra y
las hermanastras malvadas.
Lo que sufrí no quiero contarlo.
Pero fueron las épocas más oscuras de mi vida a las cuales jamás
quiero regresar.
Pero lo bello de mi cuento es que no necesite un príncipe que me
rescatara del dolor.
Sin embargo si tuve muchas hadas que se cruzaron en mi camino y
me dieron de su magia para volver a transformarme en la princesa que era.
NUNCA DEJE DE SENTIRME UNA PRINCESA.
Pero gracias a la ayuda desinteresada de estas hadas mágicas me
recupere y volví a lucir como princesa aún sin corona.
La parte del Príncipe no es la importante ya que yo misma me
conseguí mis zapatitos de cristal y decidí seguir bailando en este baile de la
vida aún sin la persona que me daba razones para vivir.
Fui fuerte y valiente, muchísimo mas valiente de lo que jamás
hubiera imaginado.
Y seguí adelante.
Por mamá.
Y por un montón de seres queridos que me apoyaron y me siguen
apoyando hoy en día.
Y como escuche decir a una chica de película, triste porque su
amado había muerto –“Hay que seguir, para ver como termina el cuento”-
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