Mi mamá siempre decía que su sueño más grande de joven era tener
una casa.
Cuando se conocieron con mi papá, el prometió hacer realidad sus
sueños.
Y tuvo su casa, finalmente…como tanto soñaba.
A mí siempre me pareció que al sueño de mamá le faltaba algo.
Porque tuvo la casa…pero papá no se quedo con ella para
disfrutarla.
Y ahora ya ni siquiera queda ella.
Mamá falleció hace diez años…y ahora cada vez que entro a su
casa tengo ganas de llorar.
Cuando ella vivía la casa resplandecía por donde la miraras.
Te recibía un precioso jardín bien cuidado lleno de flores.
Y todo estaba impecable.
Humilde, pero hermoso.
Siempre había olor a pan casero.
Me encantaba llegar a casa y sentir su presencia.
Ahora entro y parece un cementerio.
Son como ruinas y escombros de un pasado que ya no puede
mantenerse en pie.
Y me duele el alma entrar y que no quede un rastro de su
existencia.
He sentido últimamente en mi corazón que debería decirle adiós
para siempre.
Desprenderme.
Soltar lo que me ata a ese lugar.
Porque al fin de cuentas: “mamá era el hogar”
Sin ella solo son columnas de cementos que se sostienen y que se
están consumiendo lentamente.
Yo se que si cierro los ojos puedo verla a ella con su sueño
hecho realidad cada vez que quiero.
Pero ahí, en esa casa hecha ruinas nada queda de lo que ella
soñó.
Y sé que solo era mi casa cuando mamá vivía.
Ahora ya no es nada más que una absurda disputa por cemente
viejo.
Y yo que odio las confrontaciones prefiero quedarme con lo mejor
de mamá: su amor en mi corazón.
Y como leí una vez un dialogo de dos poetas, al cual he tomado
como propio:
[-“No tengo hogar-le decía a su amigo.
-“tu hogar es la poesía”-le respondía el otro.”]
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